Antes hablé de Lily Allen, pero no me crucé con ella por las calles de Londidum. En cambio casi coincido con la siempre excitante Gaga, que estuvo de fiesta por el Soho el miércoles y apareció en todos los gratuitos del jueves por su vestido, uno de esos que son poco más que una transparencia gigante que deja ver el tanga y el sujetador de la portadora. Por las fotos que vi, el vestido no le hacía justicia, aunque de haberla visto en persona quizás pensaría diferente. También estuvo Jim Carrey presentando su nueva película, pero evidentemente no me interesó de la misma manera.
Anyway, aunque no vi a esta dama, me enamoré de otras muchas. En Valencia suelo sufrir un enamoramiento cada cinco metros caminados, aunque siendo realistas podría dejarlo en que el flechazo ocurre cada diez minutos. En la cuna de los Sex Pistols la cosa era terrible: diez, quizás doce, chicas increíbles cada diez metros, a las que les hubiera propuesto hasta matrimonio y cualquier favor (sexual, preferentemente) al instante. Durante los días que estuve por allí tuve un juego de cruce de miradas divertidísimo con una de las recepcionistas del hotel, pero el último día no estuvo y no pude comentarle que algo fallaba en mi habitación y que necesitaba que subiera para echarle un vistazo.
También coincidió que esta semana era 5 de noviembre, la noche de
Guy Fawkes. No pasé a ver a la señora Justicia por el Old Bailey, así que no sé si sigue en pie, pero al dejar suelo británico el Big Ben sí, así que quizás tengamos que vernos dentro de un año, frente al Parlamento, para recuperar lo que es nuestro. Yo devolví cosas mías estos días, que me compré un abrigo y unos vaqueros el primer día, los llevé puestos por todo Londres y luego decidí que no me convencían. Soy todo un artista, así que el tema de las etiquetas no fue problema.
El viaje ha sido genial. Como quería, me he recorrido las calles cien veces, he ido de un lado a otro, hemos visto lo que queríamos ver, y lo que no, nos daba lo mismo. He ido de compras, he comido en sitios raros, hemos hablado en inglés (y nos hemos quejado de lo mal que lo hablan los de Albión), hemos hablado en francés por hacer el capullo y hemos observado la ciudad y, sobre todo, a sus gentes. Aunque ya era mi tercera vez allí, tuve la ocasión de ir a lugares que no había visitado, como la National Gallery, de recorrer Oxford Street al completo, atravesando el bullicioso Oxford Circus (¡peor que Picadilly!) y de descubrir Camden Town y sus cien mil tiendas iguales pero distintas, con otros tantos puestos de comida de cada rincón de la Tierra para disfrutar sobre el asiento de una Vespa a la orilla del canal.
Acabo de llegar, pero volvería una y otra vez. Es una urbe llena de gente (y de españoles, doy fe de las palabras que
X escribió en su crónica), con masas humanas que agobian con facilidad, pero hay de todo, y mucho más. Es genial ver la diversidad de actitudes, de nacionalidades, orígenes, colores y vestimentas, y que todo el mundo lo tenga tan asumido, que todo el mundo comprenda, sepa, acepte y no dude en respetar lo que hacen los demás, en que da igual si llevan piercings en las mejillas y los labios, si visten
hijab con deportivas y doscientas pulseras de colores o si los tres chavales con uniforme de colegio del otro vagón son de tres colores distintos.
Lo único que me ha faltado ha sido salir de fiesta, pero nada de pubs ingleses de beber cerveza, que eso no me ha quedado pendiente, sino fiesta de la de verdad, de esas que hay en las ciudades con tanto movimiento como ésta. Fiesta de música a tope, de gente rara y de dejarse llevar por el latido de una sala hasta arriba de personas bailando.
-¿Y tú para que vuelves? -Para desfasar.
Así ya tengo excusa para la próxima vez.